En general se suele pasar por la vida a razón de un conjunto
de eventos y situaciones que nos mueven a conocer personas. Muchas de esas
situaciones y personas, pasan desapercibidas por nuestras vidas, cómo si fuesen
una lectura volátil en cada momento. Sin embargo, otras perduran en nuestra
memoria, a veces, por los motivos más increíbles, o por parentesco, permanencia
o la cercanía.
De pronto, la vida nos presenta a un desconocido, y en una
fracción de segundo, se establece algo inexplicable, una conexión, que
rápidamente se transforma en un vínculo inquebrantable ante el paso del tiempo.
La intensidad que se produce en los vínculos, va más allá aún,
resultando interesante tratar de entender porqué aquel primer encuentro puede
afectar el curso de tu vida, impregnándose en tus conceptos, en tus ideas, en tu
conocimiento, en tus pensamientos, en tu círculo, en tu esencia y en tus
sentimientos.
Una especie de regocijo interior fluye en aquel primer
instante, casi como una especie de electricidad o señal que emana del interior,
como si hubiese una especie de reconocimiento que identifica al otro, como una
parte esencial que sin saberlo, era necesaria en tu vida. Esto no tiene que ver
con conceptos de pareja, ni con gustos personales, más bien, es algo que sólo
nace, sin querer y sin planifica, envolviendo tus sentidos, y que sin ser
buscado se encuentra.
A raíz de este encuentro, las personas vinculadas, dejan de
ser libros que solo se leen, y pasan a convertirse, en libros que se escriben,
convirtiéndose en una historia que un día se inicia, y que después, jamás
termina.
Cuanto más intentamos escribir, no es cuando más escribimos,
porque no tiene que ver con la cantidad, sino, con la profundidad con que se
escribe. Así, incluso el rayón más grueso se vuelve tenue o se desforma,
desvaneciéndose en el tiempo, pero el surco profundo prevalece, por mucho que
la tierra lo tape, o los cientos de miles de rayones pasen.
He pensado mucho en la partida, y en todas esas hojas
escritas que aún faltan, que imaginaba cuan hermoso sería, si no existieran las
distancias, los horarios, las obligaciones, o todo aquello que de alguna manera
te empuja en una dirección ineludible, llena de reglas, de responsabilidades y tareas,
que aunque sean producto de caminos elegidos, son las que nos alejan de poder
tener espacios de tiempo, para poder compartir más, y mejor.
El abrazo intenso se respira en el recuerdo, mejor que mil
palabras, una caminata, la contemplación de un paisaje hermoso, una grata
comida, sentirse cómodo y en familia. Son cosas impagables, y que de alguna
manera, son conceptos que quedan grabados en nuestra mente, a los cuales recurrimos
cuando más en soledad y abandono, nos sentimos.
Saber que las distancias no significan nada, y sentir día a
día que aunque no se pueda estar presente, sí se está, por el solo hecho de
aquella intensa verdad que cobija un sentimiento.
Duele la partida de un ser querido, sí, y sólo el tiempo,
con su paciencia infinita nos da la sabiduría y la calma, que poco a poco se va
refugiando en bonitos recuerdos. Es un pobre consuelo, que no quiero.
Quisiera ser libre y poder volar, para así poder seguir
escribiendo, más allá de un lugar, más allá de los sueños y más allá de lo ya escrito.
"Te recordaré, aunque me hayas olvidado"
"No te olvidaré, porque ya no puedo".
Está escrito.